De los 805 millones de personas que padecen hambre crónica, el 98 por ciento vive en el mundo en desarrollo. Desafortunadamente, el hambre crónica es una condición silenciosa, invisible, día tras día.
El posible terror del Ébola ha sido exagerado hasta un grado ridículo.
Sin duda, las enfermedades son mortales al llegar a una etapa crónica. Pero considerando la relación de la población mundial afectada, nuestra preocupación es ¿cuánto debería invertirse realmente en descubrir soluciones para cada uno de ellos?
Por supuesto, conocemos las estadísticas, e incluso las posibles soluciones en cierta medida. Lo que nos falta es una implementación efectiva. El número de casos detectados (como en el caso del Ébola) es menor y mucho más manejable en comparación con la población golpeada por el hambre y la pobreza.
El hambre en el mundo es un síntoma terrible de la pobreza mundial. Si los esfuerzos solo se dirigen a proporcionar alimentos o mejorar la producción o distribución de alimentos, entonces las causas estructurales que crean hambre, pobreza y dependencia aún se mantendrán. Y así, mientras se despliegan esfuerzos, recursos y energías continuas para aliviar el hambre a través de estas medidas técnicas, las causas políticas también requieren soluciones políticas.
Terminar con el hambre en el mundo requiere más que compasión y más que un desarrollo sostenible. También requiere justicia.
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A partir de hoy (11/8/14), ¿cuántas personas tienen Ébola en los Estados Unidos?
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Esta quizás sea la razón, por la que todavía pretendemos no darnos cuenta del problema social más grave que se abordará en la actualidad.
¡Es hora de que invirtamos en las personas y nos centremos en el bien común!