La educación médica es como beber agua de una boca de incendios.
Como estudiante de medicina, el plan de estudios es exigente: no solo se espera que conozca las minucias de nuestros mapas anatómicos, sino que se nos exige que comprendamos cómo navegar cada célula, vaso, hueso o tejido desde el nacimiento hasta la muerte, desde la salud enfermo, de la instrumentación al trasplante, de la historia a la innovación.
Ahora estoy casi 15 años lejos de mi escuela de medicina. Aunque todavía soy un estudiante, mi perspectiva sobre la educación médica ha cambiado a lo largo de los años.
La educación médica comienza con cuánto sabemos.
Como estudiantes, no reinventamos el descubrimiento, sino que empezamos apoyándonos en los hombros de científicos de siglos pasados. La ingesta es voluminosa y pasamos los primeros años llenando nuestras mentes con lo lejos que ha viajado la medicina. Es muy común que los primeros médicos que salen de la escuela de medicina, armados con nuevos conocimientos y habilidades, confíen en sus habilidades para tratar, cortar y curar.
Practicar medicina es un tipo diferente de educación y para muchos médicos es un camino progresivo de desilusión. Viajamos de una institución a otra y encontramos que el dogma de un profesor es el pecado de otro profesor. Conocemos a pacientes con afecciones médicas familiares que los medicamentos familiares no pueden tratar. Con frecuencia leemos sobre terapias bien fundadas que son desacreditadas por nuevas investigaciones científicas. Poco a poco aprendemos que, a menudo, la parte más difícil de la enfermedad no es sobrevivir a su enfermedad, sino sobrevivir a los riesgos de la hospitalización.
¿De qué manera la escuela de medicina y la capacitación lo han cambiado a usted como persona?
Soy un ingeniero de software. ¿Sería una carrera en medicina adecuada para mí?
Inacusablemente, nos abrimos para darnos cuenta de lo mucho que no sabemos.
Mi entrega de atención médica se ve modificada de manera importante por esta realidad. Para mí, tener esta perspectiva me ayuda a comunicarme más honestamente con mis pacientes y sus familias. La confianza se reemplaza por un optimismo cauteloso o una duda honesta. Ya no tengo miedo de decir “No sé” y reconocer lo paradójicamente poderosas que pueden ser esas palabras para infundir confianza en mis pacientes y compañeros. Las fallas ya no son personales, sino más bien provocaciones para investigar las amplias brechas en el conocimiento médico, y comienzan a llenarse.
Si hubiera una cosa que pudiera agregar al currículo de la escuela de medicina, sería integrar en la cascada de información exactamente dónde terminan los límites del conocimiento y cómo comunicarnos y comportarnos cuando lo alcanzamos con nuestros pacientes.