La premisa del “Frankenstein” de Mary Shelley ha fascinado durante mucho tiempo a nuestra psique colectiva, y se basa en la noción de que la única diferencia entre la vida y la muerte es la pérdida del llamado “animus”.
Algunos podrían decir que la bioenergética hace la diferencia. Esa estructura sigue siendo la misma, pero esa transducción de energía en todo el cuerpo de alguna manera ha fallado en la muerte.
Tiendo a verlo al revés .. Lo que sabemos por el estudio científico cuidadoso de los tejidos durante la isquemia (por ejemplo, ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares, etc.) es que la falla bioenergética es reversible hasta que la estructura celular se ve comprometida.
Las células deben mantener activamente una diferencia de potencial electroquímico entre su interior y su exterior (e incluso entre su interior y los orgánulos que subdividen su interior). Esto se conoce como potencial de membrana.
El potencial de la membrana depende de la energía externa obtenida al descomponer los alimentos del medio ambiente. Cuando el potencial de membrana falla, las células absorben agua excesiva de su entorno. Esta agua conduce a un compromiso estructural irreversible de las células literalmente hinchándolas y haciéndolas estallar como globos. Puede ver este proceso en las siguientes figuras:
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Figura 1: músculo esquelético saludable. Sección transversal. Tinción con hematoxilina y eosina. Los núcleos son azules, las miofibras son de color rojo / marrón.
Figura 2: músculo esquelético solo 6 horas después de la muerte.
Se necesitan días para que se acumulen cambios externos obvios que puedan verse a simple vista, pero estos compromisos microscópicos estructurales ocurren en cuestión de minutos u horas.
Este compromiso energético generalmente se deriva de la interrupción del sistema circulatorio. Esta es probablemente la razón por la que el paro cardíaco ha sido el criterio de la muerte durante siglos.
Por lo tanto, argumentaría que la función circulatoria es el primer proceso fisiológico a seguir, seguido por la falla energética generalizada y el compromiso estructural celular en los diversos tejidos.
Esto, por supuesto, descuenta instancias de trauma en las que el cuerpo se destruye físicamente de alguna manera. Sin embargo, en ese caso, seguiría argumentando que el compromiso estructural celular irreversible es el culpable.
