Hablando personalmente, ser epidemiólogo es una oportunidad para dejar que mi curioso niño interno tenga una salida.
En esencia, trabajar en epidemiología significa ser un tipo de detective, y al igual que con los detectives de delitos, a menudo las pistas sobre la fuente y la propagación de un brote de enfermedad son muy pocas o no aparentes a primera vista.
Significa que hay una gran cantidad de pensamiento crítico involucrado (que también me encanta) y que a menudo toma la forma de analizar las tendencias pasadas y actuales en los datos de salud con el fin de obtener un sentido más amplio de la imagen completa.
Significa colaborar con otros dentro y fuera de su campo y forjar relaciones invaluables con quienes trabajan en el terreno, desde médicos hasta conserjes para que sean sus ojos y oídos.
Sobre todo, para expresarlo en palabras de uno de mis profesores favoritos: “Los epidemiólogos deben tener las mentes limpias y las manos sucias”.
Una mente limpia, o una que no se da fácilmente en los prejuicios y suposiciones rápidas es una de las mejores herramientas que puede poseer un epidemiólogo. Tiene un valor inmenso sin importar qué nueva enfermedad acecha a la vuelta de la esquina.